NAVEGANDO A BORDO DE “LA NAVE ROJA”. NUEVOS HORIZONTES EN LA VOZ DE TRINIDAD GAN
Es hora de partir/ y llevas esta herida de equipaje. Así comienza La nave roja (Juancaballos, 2020. Finalista del Premio Andalucía de la Críica), el último poemario de la poesta granadina, Trinidad Gan (1960). Un libro, donde la exploración del amor, del erotismo, lleva a la autora a establecer un diálogo con la memoria, su concepto, ese equipaje repleto de lo bello y su reverso: el abandono, la herida.
Presenta una estructura en cuatro partes:Fragmento de un refugio; Del amor, del deseo (mosaico); Los sueños de la ahogada; Relojes rotos. La primera y la última funcionan a modo de prólogo y epílogo, respectivamente. Etapas de una navegación que apareja los conceptos de inmensidad (capacidad de descubrimiento, horizonte) y herida. Es así la construcción de una memoria, ese espacio donde se convive con la dicha y el naufragio. Cierra la segunda parte, un mosaico finamente engarzado sobre el amor y el deseo, con este esclarecedor poema:
Es un mar teselado lo que miro.
Es la nave fantasma. Son tan solo unas huellas,
dispersas en la arena, a la que doy espalda.
¿Por qué girarme aún para
escuchar a las crueles sirenas?
¿Qué hago yo. todavía en esta herida,
en este desamparo?
Sólo quedan los restos
del buen amor que se volvió naufragio.
Y apuesto por tu ausencia al recordar
-a tiempo llega la memoria siempre-
que nos deja el océano, huida la marea,
tan sólo un corazón de agua.
Todo lo bello tiene conciencia líquida, escurridiza y navegable al mismo tiempo, lugar inasible y motivo de esperanza al mismo tiempo. Lo bello es el espacio de la melancolía, un espacio para convivir con lo vivido y crear horizonte. Recuerdo aquellos versos de Luis García Montero: cuando queráis llamar al deseo por su nombre/ repetid la palabra melancolía. La melancolía reconoce el naufragio, la derrota, pero insta a la utopía, a la construcción, aquí la autora recupera el sentido etimológico del poema y hace, busca palabras, crea. Lo ilustra muy bien en el comienzo de la tercera parte, Los sueños de la ahogada:
Se sigue oyendo el mar en esta copa,
la justa tempestad que le cuadra a mi herida,
pero no hay barcos que lo surquen,
ningún arma que alzar contra la noche,
sólo una luna fría
que crece tercamente por las calles.
Que me esquiva y se oculta en los tejados,
que se ofrece entre nubes y, traidora,
juega y gana al final
esta partida larga que tengo con la vida.
Yo atravieso la noche con pasos de dañado,
midiendo el laberinto de lo ausente
con ese fiel trucado, los recuerdos.
Más aún hiere tu música
la entraña de las madrugadas.
En un acorde seco golpea mi memoria.
Y, de nuevo, en el sueño,
es un río entre mis labios tu pulso,
tus dedos son sentencias,
puras letras, palabras,
materia de poema.
Um riso é sempre o eco de um lamento, escribía Florbela Espanca, que de esta idea también hizo materia de poema. Esa palabra buscada en la obra de Trinidad Gan es el nexo conversador en nuestra memoria entre lo anhelado y lo vivido. Y eso es pulsión vital, nave que avanza consciente de sus heridas, que vive la melancolía no como una derrota, sino como espacio de consciencia desde el que abarcar el día a día.
De este modo, la última parte, Relojes rotos, introducida por los versos de Javier Egea (¿Qué luz extraña, dime/ hay entre la soledad y la memoria?), profundiza en esa propuesta. De esta manera comienza:
Camina tan deprisa…
Parece que los días pasados le persiguen,
que nota a sus espaldas cómo se desmorona
el oscuro mecano que levantó su vida.
Pero sigue corriendo.
(…)
Un libro, en definitiva, que explora el impulso amoroso tratado en los libros anteriores Caja de fotos y Fin de fuga, pero aderezada con el envoltorio existencialista de sus últimos libros: Papel ceniza y El tiempo es un león de montaña. Versos y ritmos meditados como propuesta vital (como en los versos de Júdice: essa vida que leva consigo/ o rosto sonhado numa hesitação de madrugada), la poesía como refugio de la conciencia.
La dicción de Trinidad Gan, su propuesta comunicadora, se hace con cada nuevo libro más cercana, una conversación cada vez más alentadora. Una invitación a la lectura que conviene no rechazar.