UM SILÊNCIO MORTO. UNA APROXIMACIÓN A VIOLENCIA, DE BIBIANA COLLADO.
Recuerdo un verso de Sophia de Mello, Na minha vida há sempre um silêncio morto cuando leo Violencia (Ed. La Bella Varsovia, 2020) de Bibiana Collado (Burriana, Espanha, 1985), y lo hago como quien se enfrenta cara a cara a su abismo, como quien se atreve a ponerle palabras a sus precipicios. Esa es la labor del poeta, buscar palabras, o rescatar sus silencios, como escribia Ramos Rosa: Sou alguém que espera ser aberto por uma palavra. Pues como nos dice la autora en el primer poema, el lenguaje siempre es patrimonio del opresor, por ello su labor poética en este poemario ha sido la de escuchar ecos, resonancias, gritos alrededor de la palabra aceptada, acostumbrada. Una labor vertiginosa, de piel desollada, para decir, decir víctima, veneno, golpe, roto. Decir, ser voz, quizá no haya aspiración poética más humilde, más honesta y más en contacto con las entrañas.
La temática del libro, la violencia machista, tiene una gran potencia en sí misma. Dar voz a las oprimidas, ninguneadas, humilladas, es necesario, tiene un gran valor comunicativo, pero la importancia del libro de Collado va más allá: me quiero detener en estas líneas en la construcción del poema, sus ejercicios de estilo y de distancia, para hacer posible esa visualización del dolor, para establecer desde la herida una acción comunicativa, una reflexión.
El libro se estructura en cuatro partes, que esbocé al principio: Decir víctima, Decir veneno, Decir golpe, Decir roto. El verbo decir es fundamental en un libro que es en sí una reflexión sobre el uso y la posesión del lenguaje, la posesión del lenguaje es la capacidad de opresión a través de la posesión de un relato, que posibilita la construcción de la víctima. Veamos, en la primera parte nos habla de la educación sentimental de la mujer, que es una educación en el lenguaje mesurado, en su contención, así dice el segundo poema:
BIEN DECIR
Nos hacen con cada palabra,
sueldan los hierros para que toda intersección quede fija,
inmóvil en su saberse recto decir.
El todo de voz adecuado. El llanto justo.
La culpa depositada con alas sobre el exceso.
La pena siempre difusa y blanda,
adecuada también,
para que solo me acuse a mí.
Disociar el dolor del cuerpo y del habla
para que su recio sentir no pueda
señalar la rotundidad de un nombre.
En la segunda parte, Decir veneno, nos habla de esa interiorización de un relato de la sumisión, del silencio. De cómo la educación sentimental, de la que hablaba antes, en la contención del lenguaje, en el silencio de la emoción, genera un vivir envenenado, una herida cada vez más abierta. El poema que concluye esta parte ilustra muy bien el proceso:
REVUELTA
Crecer rodeada de relatos ajenos,
anteriores al golpe
Me corrijo.
Crecer rodeada de tachaduras ajenas,
impactadas contra mi memoria
antes de que los hechos
impactaran mi cuerpo.
Herencia – Herida.
Y yo preguntándome
si recreaba un recuerdo impropio,
cuando una voz de madre,
con tranquilidad perturbadora
enuncia:
“Hasta en eso
te vas a parecer a mí”.
La tercera parte, Decir golpe, reflexiona sobre los silencios, continuando con ese viaje hacia la educación sentimental que se forja en la infancia. Nuestra lengua es el lugar/ donde acontecen los padres, dirá. A través de esa educación en lo escondido, en las cortinas corridas de las casas, intenta poner nombre a la violencia física, decir el golpe y ese esfuerzo violenta el lenguaje:
NOTA A PIE DE PÁGINA
(leer es un aparte)
1 ¿Por qué es tan difícil escribir sobre ello?
Porque escribirlo implica ejercer
violencia sobre el lenguaje.
Y el gesto me acerca a él,
a su violentar sobre mí,
como yo violento la palabra.
En la última parte constata la profundidad de la herida, su irreversibilidad, la violencia se convierte en territorio de la memoria, terreno yermo, aquí el poema toca el frío, hiela, se aproxima a la muerte:
LA HABITACIÓN CERRADA DE MI CUERPO
Solo el frío es exacto. La mecánica
imposible del metal.
Si te acercas lo suficiente,
quizá puedas sentirlo.
El terrible silbido que dulcea entre lo muerto.
La poesía no es amable, ni lo que decora la sociedad. Es otra cosa. Decía hace unos años Juana Castro. Lo vemos muy bien en el libro de Collado, donde esa “otra cosa” nace de la construcción del poema, del trabajo del ritmo, las pausas y las elipsis, una poética de palabra clara, que se detiene en vivencias cotidianas (una de las claves de esa distancia que otorga perspectiva y capacidad de diálogo), cincelada con cuidado, evitando el exceso. Sus poemas alcanzan el tono justo para ofrecer paso al lector, a su desnudo.
La memoria sentimental de los pueblos descansa en la poesía, pero nuestra tradición lectora e historiográfica es masculina, no hay apenas voz femenina en nuestra educación emocional. Si bien es cierto que en los últimos años se está haciendo un esfuerzo en ese sentido en la poesía española: antologías, premios nacionales y, sobre todo, buenos libros: Ángeles Mora, Mónica Doña, Trinidad Gan, Juana Castro, Chantal Maillard, Aurora Luque, Ana Gorría, Marta López Vilar, Berta García Faet y Bibiana Collado, entre otras grandes poetas están ampliando el lenguaje de la tradición, dándole una voz que no tenía. Violencia es un libro tan difícil como necesario, empieza a abrir las ventanas de esa casa cerrada, y lo hace con maestría, consolidando la trayectoria poética de la autora, que ya había sido merecedora de galardones de la importancia del Premio Arcipreste de Hita y un accésit del Premio Adonais. Este poemario amplía el horizonte y duele, como los ojos que salen de la caverna.